Charles Dickens construyó en su magistral “Cuento de Navidad” un personaje imperecedero, Ebenezer Scrooge, insensible ante las desgracias de sus semejantes y poco amigo de la Navidad; que representa la transición desde un corazón de piedra endurecido por el paso de los años, hasta la vuelta a la vida y la esperanza propias de la infancia.
Todos, creyentes y no creyentes, estamos invitados a celebrar la Navidad. Los creyentes, porque celebrar la Navidad significa celebrar el nacimiento de Jesús. Y los no creyentes porque, como nos muestra Dickens, cada Navidad es una nueva oportunidad que se nos concede para hacer examen de nuestra vida, para hacer las paces con nosotros mismos y para abrir nuestros corazones a la esperanza y a todos nuestros semejantes, especialmente a los más desfavorecidos, a los que más necesitan de nosotros, comenzando por nuestras propias familias.
Una de las tareas más gratas para un regidor, quizá la más grata de todas, es ofrecer a sus conciudadanos el ambiente más propicio para celebrar la Navidad, para alegrar los corazones y disponerlos a festejar la vida y la esperanza.